Un consorcio internacional de científicos está investigando si las células inmunes hiperactivas son las causantes de los casos más graves de COVID-19, los que desarrollan el síndrome de dificultad respiratoria aguda (SDRA) que en la mayoría de los pacientes requiere ventilación mecánica y que, en los peores casos, provoca la muerte.
Determinar si estas células son o no la causa podría abrir una nueva vía de tratamientos contra el COVID-19.
Y es que una respuesta inmunitaria eficiente protege contra muchas enfermedades, pero a veces esa respuesta puede ser ineficiente -permite que las enfermedades se desarrollen- o hiperactiva, que causa enfermedades autoinmunes y ataca al propio cuerpo.
Un artículo publicado en el Journal of Experimental Medicine recuerda que los pacientes con infección grave por COVID-19 desarrollan el Síndrome de Dificultad Respiratoria Aguda (SDRA), con inflamación pulmonar, secreciones en las vías respiratorias, daño pulmonar extenso y coágulos de sangre, unos daños difíciles de manejar y que suelen requerir ventilación mecánica, y, aun así, gran número de pacientes mueren.
Los investigadores sugieren que la gravedad de COVID-19 puede ser el resultado de la hiperactividad de células como los glóbulos blancos conocidos como neutrófilos, presentes en el torrente sanguíneo y capaces de detectar y eliminar a las bacterias.
Para ello, los neutrófilos usan trampas extracelulares (NET’s), redes de ADN que liberan sustancias que inmovilizan, atrapan y destruyen a los microbios pero que en el caso de SDRA, sin embargo, atacan también al tejido pulmonar y a otros órganos.
“Dadas las claras similitudes entre la presentación clínica de COVID-19 grave y otras enfermedades conocidas impulsadas por redes, como el SDRA, proponemos que el exceso de redes puede desempeñar un papel importante en la enfermedad”, avanza Betsy Barnes, autora principal del estudio sobre esta actividad celular y profesora de los Institutos Feinstein.
“A medida que las muestras de los pacientes vayan estando disponibles, será importante determinar si la presencia de los NETs se asocia con la gravedad de la enfermedad y las características clínicas particulares de COVID-19”, advierte.
“Las redes fueron identificadas en 2004, pero muchos científicos nunca han oído hablar de ellas. La mayoría de los investigadores del consorcio han trabajado en redes de otras enfermedades, y cuando empezamos a oír hablar de los síntomas de los pacientes de COVID-19, nos sonó familiar”, explica el biólogo oncológico del Laboratorio Cold Spring Harbor, Mikala Egeblad, autor principal del trabajo.
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