Los pobladores de América, continente en donde hay 11,56 millones de casos confirmados y 417.695 muertos a causa del coronavirus, se resisten a perder por culpa de la pandemia algo tan arraigado a sus costumbres como los rituales fúnebres.
A pesar de que según la Organización Mundial de la Salud la situación de los países en esta región, la más golpeada por la COVID-19, es “muy diversa” y la enfermedad “no cede” de forma significativa, los entierros se siguen realizando a lo largo y ancho de este territorio, aunque en algunos casos con la presencia de menos acompañantes.
Un ejemplo de ello es lo que ocurre en México, nación con una estrecha relación y profundo respeto hacia la muerte.
Por ello, en el cementerio San Pedro de Tláhuac, ubicado en Ciudad de México y que permanece cerrado al público por la crisis sanitaria, se hacen sepelios, en varios de los cuales se ha desafiado a la pandemia al reunir hasta a 200 personas.
A estos espacios de México, país con 522.162 casos, según el último reporte de la estadounidense Universidad Johns Hopkins, los dolientes llevan tequila, ofrendas florales y música para darle el último adiós a sus seres queridos, 56.543 de los cuales han sido víctimas fatales del coronavirus.
BOLIVIA A FAVOR Y EN CONTRA DE CEMENTERIO COVID
En la ciudad boliviana de La Paz, la Alcaldía anunció la habilitación de un área de 5.000 metros cuadrados en el llamado bosquecillo de Pura Pura para enterrar a unos 1.300 fallecidos por la COVID-19.
El hecho generó voces a favor y en contra, ya que mientras los vecinos de la zona se oponen por considerar que el lugar es un relleno de tierra que en tiempo de lluvias puede dejar al descubierto los cadáveres, las autoridades justifican la acción pues el Cementerio General de La Paz ha reportado un incremento en la recepción de fallecidos.
De hecho, solo en julio pasado el camposanto recibió 2.000 cadáveres frente a los 400 que habitualmente llegan cada mes, según datos del municipio.
A la fecha, Bolivia registra 4.048 muertes por el coronavirus desde la aparición de los primeros casos en marzo pasado.
ADIÓS CON RITUAL INDÍGENA EN EL CORAZÓN DE LA AMAZONÍA
El llamado “obispo de los pobres”, el español Pere Casaldàliga, fue “sembrado” en Brasil el pasado 12 de agosto a los pies de un árbol en un cementerio indígena, entre cánticos y palmas de esperanza de aquellos que defendió hasta la muerte.
Este religioso, considerado uno de los máximos exponentes de la Teología de la Liberación y figura clave en Latinoamérica en el ámbito de los derechos humanos, descansa ahora, tras morir a causa de una infección pulmonar, bajo un árbol de Pequi, símbolo de la cultura regional.
El entierro se llevó a cabo en la ribera del río Araguaia, en el remoto municipio de Sao Félix do Araguaia, estado de Mato Grosso, en el corazón de la Amazonía, en donde Casaldàliga vivió más de 50 años.
La tumba fue cavada en un cementerio de los Iny, etnia también conocida como los Karajá, y a los homenajes póstumos asistieron decenas de religiosos, vecinos e indígenas, todos ellos portando mascarillas debido al virus del que se han contagiado 3.340.197 brasileños.
CON RITUALES, PERO AMÉRICA QUIERE MÁS VIDA QUE MUERTE
Sin abandonar los rituales pero con el objetivo de que en América Latina la vida le gane la batalla a la muerte por el virus, en Brasil, el segundo país más castigado en el mundo por la pandemia, después de Estados Unidos, ya se están probando en humanos vacunas experimentales.
A la fecha se prueban las procedentes del Reino Unido y China, otra fruto de una alianza entre compañías de Alemania y Estados Unidos, y se espera que pronto lo haga la rusa, a pesar de las dudas que ha despertado esta última en la OMS.
